El Madrid se fijó en su juventud, 22 años, su proyección y su segundo apellido, Gento, toda una institución en el club. Y le ofreció multiplicar por 20 el sueldo que recibía en el Atlético: de 3 millones de pesetas a 60, de 18.000 euros a 360.000. El vallisoletano ni se lo pensó. En su contrato, Dorna, una empresa de representación entonces de reciente creación, había incluido una cláusula de rescisión de 50 millones de pesetas (300.000 euros). “Fue idea de Dorna, que es la que me llevaba los temas. Yo creo que los del Atlético ni pensaron en la cantidad de la cláusula. Yo creo que pusieron 50 millones por poner 50, porque yo ganaba poco y pensarían que si luego iba a un juicio igual sacaban menos, no sé”, afirma Llorente. La directiva del Atlético estaba dispuesta a traspasarle por 300 millones (1,8 millones de euros) para batir el récord de su traspaso más caro, Hugo Sánchez, vendido dos veranos antes por 200 millones (1,2 millones de euros), pero no pudo hacer nada ante la nueva legislación. “Creo que sí les pilló por sorpresa. Se quedaron de piedra cuando les dije que la pagaba y me marchaba al Madrid. Ellos querían venderme por más dinero, claro, pero no podían”, asegura el extremo, que no recuerda bien la nueva cláusula que le puso el Madrid: “Creo que fueron 250 millones de pesetas (1,5 millones de euros), pero no me hagas mucho caso, no me acuerdo ni de los partidos que jugué, salvo aquel de Oporto que todo el mundo me recuerda siempre que puede”. Llorente tiene muy claro que las cláusulas de un contrato no sirven de mucho: “Al final, todo se negocia. Da igual la cláusula que tengas, si un jugador se quiere ir, se va y si un club quiere que se vaya, también”.
Sin embargo, el caso de Llorente abrió los ojos a los clubes, y para intentar que no se repitiese esta situación empezaron a poner unas cláusulas astronómicas a sus jugadores más cotizados, práctica que sigue muy vigente hoy día, según se desprende de estas palabras de Florentino Pérez en una de sus recientes y numerosas apariciones en los medios: “Pagamos bien a los jugadores y ponemos cláusulas prohibitivas. No somos un club vendedor”. Nada nuevo. Los 1.000 millones de las cláusulas actuales de Cristiano y Kaká tuvieron su antecedente en la que Manuel Ruiz de Lopera, entonces presidente del Betis, le puso a Denilson, un virguero brasileño que fichó por 5.500 millones de pesetas (33 millones de euros) en 1998. Hace 15 años fue el traspaso más caro del fútbol mundial y para proteger su inversión le hizo un contrato de 11 años con una cláusula de 65.000 millones de pesetas (390 millones de euros). En realidad, lo que hizo Lopera, por supuesto con la complicidad del jugador, que firmó su contrato libremente, era retener al jugador durante toda su vida deportiva. Este desfase derivó en algún caso curioso, a modo de chanza, como el que protagonizó el internacional Francisco (Sevilla y Espanyol), que a sus 34 años firmó una cláusula de rescisión de 70.000 millones (420 millones de euros). “El fútbol se ha convertido en un cachondeo”, decía entonces José María Calzón, delegado del Espanyol. “Las cifras se están disparando. La cláusula de rescisión de Francisco es sólo testimonial. Sólo queremos ironizar sobre lo que está sucediendo en el fútbol. La Administración debería tomar medidas al respecto”.
No sólo la Administración no hizo nada desde entonces, sino que las cláusulas se fueron extendiendo desde el fútbol a otros deportes. Sonado fue el caso de Santi Blanco en el ciclismo, cuando dejó Banesto para fichar por Vitalicio Seguros a cambio de 100 millones de pesetas (60.000 euros) o los 1.000 millones de pesetas (6 millones de euros) que le pusieron de cláusula ¡¡¡¡al pelotari Augusto Ibáñez, Titín III!!!! Los conflictos tampoco tardaron en surgir y entonces los tribunales también dieron su veredicto. Por ejemplo, Óscar Téllez, que llegó a ser internacional con España, fichó en 1997 con el Alavés teniendo contrato con el Pontevedra. Su cláusula de rescisión eran 15 millones de pesetas (90.000 euros), pero un juez redujo la indemnización a sólo tres (18.000 euros) atendiendo a factores como el sueldo que cobraba, los años que le restaban de contrato y que su antiguo club se había retrasado en el pago de su salario. Similar fue el caso de Mista cuando abandonó la cantera del Real Madrid para fichar por el Tenerife. El jugador se declaró en rebeldía y alegó que su cláusula (750 millones de pesetas, 4,5 millones de euros) era desproporcionada en relación a su sueldo (2,5 millones de pesetas, apenas 15.000 euros anuales). El juez también le dio parcialmente la razón a él y al Tenerife, que fue condenado a pagar una indemnización de sólo 200 millones de pesetas (1,2 millones de euros).